Nada de barreras
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Partimos de la base de que los Clientes tienen buenas
intenciones. No les complicamos la vida para protegernos
de los pocos que puedan ser malintencionados.
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Nuestra forma de trabajar no puede resultar un problema
para el Cliente. Se lo hacemos fácil. Ningún detalle de la
experiencia del Cliente es demasiado pequeño para no
merecer nuestra atención. Diseñamos los procesos para
que le resulte cómodo al Cliente y quiera repetir, no para
nuestra propia comodidad.
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Reducimos la jerga técnica al máximo. Nuestro lenguaje
expresa el respeto que tenemos por las personas.
No captamos cuentas, no colocamos productos, ni
ejecutamos transacciones. Explicamos de forma clara y
próxima los servicios que ofrecemos.
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No atamos a nadie con cláusulas y trucos. Si el Cliente
piensa que otros le pueden servir mejor, se lo hacemos
fácil. Siempre albergamos la esperanza que vuelva.
Nada de excusas
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Resolvemos las incidencias y peticiones del Cliente antes
de lo que espera, superando sus expectativas. No nos
pasamos la pelota. Un problema es nuestro hasta que lo
hayamos resuelto o hayamos encontrado a la persona
que lo resolverá con toda seguridad.
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No justificamos nuestros errores y tampoco los de
los compañeros. Damos la cara, nos disculpamos y lo
arreglamos. Punto.
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Evitamos decir “no” a un Cliente. Reconocemos y
agradecemos su solicitud. Hacemos preguntas para
entenderle mejor. Sugerimos opciones. El “no” es nuestro
último recurso.
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Nunca nos escondemos detrás de una “política de
empresa”. Explicamos y defendemos las prácticas que
vemos necesarias. Si no tenemos buenos argumentos,
deberemos cambiar la práctica. El sentido común y un
buen juicio nos guiarán.
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Nunca nos excusamos en que la responsabilidad no está
bien definida, tratándose de servir al Cliente de forma
excelente todos somos responsables. Por tanto primero
intentamos resolverlo y luego hablamos entre nosotros
francamente para mejorar nuestra organización.